Por el contrario, en la religión, el creyente trata directamente con Dios, el Santo, y existe una relación entre Dios y nosotros, muy parecida a la de un padre con sus hijos, en la que nos sometemos a su voluntad y obedecemos sus mandatos.
Esta relación nos santifica y mantiene nuestra mente y nuestro corazón enfocados en el cielo. La magia, en cambio, en palabras del Catecismo de la Iglesia Católica, es “gravemente contraria a la virtud de la religión” porque “intenta domar los poderes ocultos, para ponerlos al servicio de uno y tener un poder sobrenatural sobre los demás” (CIC 2117).
Las brujas y los hechiceros buscan el poder en lugar de la santidad. Además, la magia no requiere conversión ni cambio en quien la practica.